LEYENDAS DE LA AMAZONÍA

 LAS LEYENDAS DE LA AMAZONIA

INFORMACIÓN ANEXA

Dos doncellas se transformaron en plantas en la Amazonía


TIEMPO. La recolección de alimentos es una de las actividades que realiza la población shuar. (Foto: ikiam.com.ec )

Dos jóvenes fueron atrapadas por ‘Apangura puma’, quien las tomó como esposas. Ellas tuvieron que huir. 

En el libro ‘Cuentos y leyendas de la Amazonía’, se relata que en tiempos muy antiguos, luego de que se dejó ver el arcoíris sobre los cerros, aparecieron en la Amazonía ecuatoriana dos mujeres jóvenes de extraordinaria belleza. Ellas eran consideradas como las vírgenes de la selva.

La una tenía una larga cabellera clara y su compañera, en cambio, lucía pelo negro azabache. Ambas recorrían varios días las largas hectáreas del bosque profundo en busca de un novio.
 

Suceso 
Un día se encontraron con el gavilán ‘Tijera hanga’, que, según su tradición, era el espíritu del hombre cazador. Este personaje tenía su morada en el interior de la montaña. El ave rapaz se puso a conversar con estas ‘Sumak warmis’ (mujeres hermosas), quienes cedieron ante sus elogios y consintieron a ir a su casa, ubicada en el gran ceibo milenario.

‘Tijera hanga’ les dijo que para que no se pierdan del camino, pondría señales en el lugar con plumas de su cola. Pero, escondido tras un viejo tronco, otro cazador muy malo escuchaba la conversación entre ellos. Se trataba nada menos que del ‘Apangura puma’ (‘Puma sucio’), un animal maloliente que andaba escondido siempre. 

MOMENTOS. La historia de las mujeres hermosas ha trascendido de generación en generación en algunos pueblos de la Amazonía. (Foto:1240.photobucket.com)

Maldad
El ‘Apangura puma’ se adelantó por el bosque tomando las plumas dejadas por el gavilán, para cambiarlas de lugar y dar la dirección de su guarida. Las jóvenes no dudaron en seguir ese equivocado sendero y ahí inició su desgracia. 

El malvado cazador las tomó como esposas a las dos muchachas y ellas se sentían defraudadas y sucias. Ese momento, sintieron el rechazo de todos y en su desesperación por liberarse de aquella mala emoción, acudieron al gran espíritu de la selva, ‘Arutam’, quien tiene la eterna juventud, y  pidieron que les ayude a ‘purificarse’. 
 

Beneficio
Ellas dieron la idea a este ser supremo de que las convierta en una planta, de manera que las dos sean útiles a todos los habitantes de la región y así se limpien sus cuerpos y sean aceptadas por la gente. 

Luego de conocer toda la historia y saber el engaño que estas doncellas sufrieron, el gran espíritu tuvo lástima de ellas y decidió que la chica de cabellos claros se convierta en una planta de ‘Manduro’ o achiote, en cambio, la muchacha de pelo negro se transformó en el emblemático árbol de Huito (Wituk). 

           EL PUNGARA URCCO: LA CASA DEL DIABLO  


Mucho antes de que los jesuitas llegaran a Loreto y Archidona, un puńado de indígenas quichuas vivía ya en las faldas del cerro Pungara Urco (cerro de brea), hoy comunidad de San Pedro al Oriente del actual centro poblado de Muyuna. En esos días cuatro nińos desaparecieron en el río, por más que los buscaron no encontraron ninguna huella, así pasaron varios meses, hasta que dos mujeres que salieron en busca de agua no retornaron jamás.

Muy preocupados por estas desapariciones, se reunieron los moradores del lugar para consultar a sus guias espitiruales, los brujos. El más anciano, pero también el más famoso de ellos, vivía en las faldas del chiuta. Junto con él hicieron los ayunos rituales tres brujos más, durante cuatro días bebieron esencia de ayahuasca y guando y al final estuvieron de acuerdo en afirmar, que aquel peligroso lugar donde ocurrieron las desapariciones, estaba asentado sobre un antiguo cementerio y que los supais (diablos) eran dueńos de ese territorio porque algunas almas les pertenecían.

Los bancos (poderosos brujos) dijeron que para alejar a los espíritus era necesario emplear algunas hierbas ceremoniales y mucho ayuno, pero que además tenían que cancelar el precio estipulado y este consistía en cuatro guanganas (sajinos) y cuatro canoas llenas de pescado ahumado. Efectuado el pago los brujos se dedicaron a la tarea de exorcizar aquel siniestro lugar; por las tardes, uno de ellos, el que estaba de turno, acompańaba a las mujeres y a los nińos hasta el río y les mostraba las piedras negras, donde vivían los diablos.

Una noche especialmente oscura y lluviosa, los cuatro brujos se dirigieron al playón del río; llevaban consigo ollas, hierbas y algunos maitos, de los que ellos nunca dejaron ver su contenido. Nadie pudo asistir a la ceremonia de exorcismo, pero se escucharon con toda claridad insultos, gritos, maldiciones y silbidos. Luego vino la lluvia fuerte, copiosa y persistente. Se incrementó el caudal de las aguas del río y los animales que viven en sus riveras enmudecieron. Al día siguiente los brujos agotados pero satisfechos, informaron que habían expulsado a los diablos y que estos se habían refugiado en el cerro de Pungara Urco; recomendaron no bańarse en el río cuando sus aguas crecieran, no lavar la ropa en el río pasadas las 6 de la tarde y no pescar carachamas durante la noche. Después de haber dicho esto, les brindaron chicha de chonta y pescado ahumado y cada quien se fue para su comunidad.

Pasó el tiempo y cuando la normalidad parecía haber sentado sus reales en la comuna, una hermosa tarde de sol y bulliciosos pericos, una hermosa y lustrosa guatusa llegó a una chacra, el dueńo de la misma un joven cazador, las siguió sigilosamente hasta el cerro del Pungara Urco y no volvió más. Sus amigos y familiares angustiados lo fueron a buscar, encontraron varios senderos misteriosos y escucharon silbidos escalofriantes, que los invitaban a perderse en la selva; la gente temerosa tuvo que regresar y del cazador no se supo nada más.

En las noches de luna llena, casi al filo de la medianoche, quienes por desgracia se aventuran a pasar cerca del cerro de Pungara Urco, o se atreven a caminar a través de él, escuchan espantados gritos desgarradores, seguidos de una risa diabólica, que se alarga insistentemente como un eco. Y son pocos los que han podido escapar a este reclamo. A veces por los potreros o chacras de la comunidad de San Pedro, asoman venados, guatusas, sajinos y pavas del monte. Ya nadie los persigue, ni se deja engańar. Estos animales son los diablos, que buscan tentar a los hombres para atraerlos al centro del Pungara Urco y no dejarlos regresar jamás. 


          LA BOA Y EL TIGRE


 Por el camino que lleva a Misahuallí, a 6 Km. de Puerto Napo, en la comunidad de Latas vivía una familia indígena dedicada a lavar oro en las orillas del río Napo. Un día la madre lavaba ropa de la familia, mientras la hija más pequeńa jugaba tranquilamente en la playa: tan concentrada estaba la seńora en su duro trabajo, que no se percató que la nińa se acercaba peligrosamente al agua, justo en el lugar donde el río era más profundo. Una súbita corazonada la obligó a levantar su cabeza, pero ya era demasiado tarde; la nińa era arrastrada por la fuerte correntada y sólo su cabecita aparecía por momentos en las crestas de las agitadas aguas.

La mujer transida de dolor y desesperación, hincando sus rodillas en la arena implora a gritos ... yaya Dios! .... yaya Dios! Te lo suplico salva a mi guagua, y Oh! sorpresa, la tierna nińa retorna en la boca de una inmensa boa de casi 14 metros de largo, que la deposita sana y salva en la mismísima playa; la mujer abrazando a la nińa llora y sonríe agradecida. Desde aquel día la enorme boa se convirtió en un miembro más de la familia, a tal punto que cuando el matrimonio salía al trabajo cotidiano, el gigantesco reptil se encargaba del cuidado de los nińos.

Pero un tormentoso día, cuando los padres fueron a la selva en busca de guatusas para la cena, la boa no llegó a vigilar a los nińos como solía hacerlo todos los días. Este descuido fue aprovechado por un inmenso y hambriento tigre, que se hizo presente con intenciones malignas.

Los muchachos desesperados gritaron a todo pulmón “!yacuman amarul! (boa del agua), el gigantesco reptil al oír las voces de los nińos salió del río y deslizándose velozmente entró a la casa; se colocó junto a la puerta, para recibir al tigre que trataba de entrar sigilosamente en el hogar de sus amigos; la lucha que se desató fue a muerte; la boa se enroscó en el cuerpo de felino, pese a las dentelladas del sanguinario animal; los anillos constrictores del reptil se cerraron con fuerza, mientras el tigre la mordía justo en la parte de la cabeza, al final se escuchó un crujido de huesos rotos y ambos animales quedaron muertos en la entrada de la casa.

Cuando regresaron los padres de los chicos, recogieron con dolor los restos de su boa amiga y ceremoniosamente la velaron durante dos días, para luego enterrarla con todos los honores y ritos que se acostumbraban utilizar para con los seres queridos.


       EL OSO DE LA PUERTA DEL VIENTO


 Hace muchos, muchísimos ańos, antes de que los pumas sean encerrados en las oscuras cavernas de la cordillera de Galeras, llegó del huayra pungo un hermoso osezno de gran mansedumbre y cubierto de profundas heridas por todo su cuerpo. El animalito buscó refugio en los matorrales cercanos al río, donde queda actualmente la comunidad de Huayrayacu, esperando aparentemente que le llegara la muerte.

Un joven indígena que bajó al río en busca de agua, escuchó los gemidos lastimeros del desdichado oso y compadeciéndose del sufrimiento que tenía el animal, lo recogió y con un gran esfuerzo lo llevó a su chacra para curarlo. Le prodigó toda clase de cuidados, limpió las heridas y las desinfectó con sangre de drago, que al mismo tiempo las hacía cicatrizar; lo alimentó con frutos de la selva como pazos, pilón y chonta y de esta manera logró salvar la vida del pequeńo oso, que a los dos meses de estar a su lado, correteaba tras el indígena al que había identificado como su amo, sin denotar siquiera el haber estado al borde de la muerte, demostraba tal mansedumbre que la comunidad entera lo adoptó y lo convirtió en su mascota preferida.

Lentamente pasó el tiempo y el oso creció llegando a medir en su edad adulta un poco más de dos metros. El enorme oso tenía el carińo y el respeto de todos los habitantes de ese sector. Cierto día y de forma inusual desapareció en la mańana y cuando ya en la tarde la gente preocupada se estaba reuniendo para salir a buscarlo, regresó casi al caer la noche con un enorme guatusa en el hocico, la que depositó a los pies de los indígenas y con la que prepararon una suculenta mazamorra. Esta extrańa actividad del oso se volvió una rutina, justo en los momentos que la aldea necesitaba más alimentos, pues estaban atravesando por una fuerte sequía; Es como sí de repente, el enorme oso hubiera comprendido la gran necesidad por la que pasaba la aldea y de esta forma les devolvía todo el carińo y cuidado, que recibió cuando pequeńo y mal herido el joven indígena se compadeció de su dolor. Increíblemente y por un misterioso milagro de la naturaleza, el gran oso se había convertido de protegido en protector.

Pero en una de esas salidas el oso ya no regresó más, la gente desconsolada y triste se preguntaba que podía haberle pasado, pues en esos tiempos se comentaba que por las laderas del cerro huayra pungo (puerta del viento) rondaba un enorme y sanguinario puma, en acecho constante de sus infortunadas víctimas. Esta noticia y la pérdida de su oso protector, había hecho cundir el miedo y el desaliento en los indígenas, que dejaban en las noches grandes fogatas prendidas en la aldea, con el fin de ahuyentar al peligroso felino.

Una mańana el joven indígena que salvó al oso, salió a visitar a una chica de una aldea cercana; fue tan amena y dulce la conversación, que el tiempo literalmente se fue junto con las aves, que en vuelo cansino regresaban a buscar el refugio de sus árboles y nidos. La noche llegó oscura y llena de presagios; pese al miedo y los peligros, el indígena decidió regresar a su aldea y por los senderos de la selva avanzaba penosamente entre fangales y quebradas, de pronto.... y cerrándole el paso apareció un inmenso puma. El joven indígena quedó paralizado de miedo y a merced de las filudas garras y temibles colmillos del felino asesino. Fueron apenas unos pocos segundo, que le parecieron siglos, porque inmediatamente se proyectó una sombra gigantesca y una enorme mole negra y peluda se interpuso entre él y el puma asesino. Era el oso.

Las dos bestias tensaron tendones y músculos y se lanzaron una contra otra casi al unísono, enfrentándose en un mortal combate. Los gruńidos y zarpazos se confundían con el ruido de ramas quebradas y jadeos desesperados. No pasó mucho tiempo y al final el enorme puma rodó con la garganta totalmente desgarrada. El oso se acercó y recostó su enorme y sangrante cabeza sobre el hombro aún tembloroso de su joven amo.

Regresaron juntos a la aldea hombre y bestia y el oso se convirtió desde aquel día, en un guardián protector de esa comunidad. Hasta que después de muchos ańos y sintiéndose ya el oso viejo y enfermo se encaminó hacia el cerro de la puerta del viento y nadie ha vuelto a saber nada de él.

          LA GRAN PIEDRA DEL PUMA





En la comunidad de Pumayacu existe una piedra muy grande que tiene grabadas las pisadas de un puma. Cuentan los rucu yayas (abuelos) que este es el sello que antiguamente colocaban los felinos, procedentes de la Cordillera de Napo-Galeras cuando bajaban en sus recorridos a las comarcas en busca de sus victimas.

Una vez durante el atardecer de un fuerte verano, varios pumas llegaron sorpresivamente a Pumayacu y empezaron a merodear por la rivera del río, una hermosa y joven mujer que se encontraba en el último mes de su embarazo y que había acudido al río en busca de agua para preparar la chicha, fue presa fácil para los felinos, que se la comieron. En el vientre de la joven encontraron dos nińos, más como los pumas se encontraban repletos, colocaron a los pequeńos en una ashanga (canasta) para comérselos al día siguiente.

Los nińos tenían un origen divino, habían sido enviados por la diosa Quilla (luna) para salvar a los hombres del dolor y de la muerte, que los venían atormentando. Al llegar al nuevo día los gemelos habían crecido de forma tal, que ya eran unos adolescentes y se llamaban entre sí Astro y Lucero. Fácilmente escaparon de los pumas y juntos planificaron la manera de cumplir con su misión, acabando con tanta muerte y dolor, al mismo tiempo de vengar la muerte de su madre terrena.

Primero construyeron un puente colgante sobre el río, al que le hicieron los tramos del medio muy frágiles; cuando los pumas retornaban en la noche, al tratar de cruzar el puente, cedieron los tramos del medio y cayeron al agua, pero lograron salvarse nadando. Dándose cuenta las fieras de la trampa que les habían puesto los dos jóvenes persiguieron a Astro y Lucero, quienes se dirigieron hasta la Cordillera de Napo-Galeras con los tigres pisándoles los talones.

Cuando estaban frente a la inmensa cueva que servía de madriguera a los pumas, para poder ingresar sin ser detectados los jóvenes se convirtieron en felinos. Astro entró corriendo primero y fue a taponar con una inmensa piedra la salida trasera de la cueva; Lucero esperó a que ingresaran sus perseguidores y una vez que todos estuvieron adentro tapó con otra roca la entrada de la caverna. La oscuridad invadió el interior de la cueva; las bestias rugieron de terror, impotencia y desesperación, allí estaban encerradas todas, abandonadas a su suerte. Al caer la noche un rayo concentrado de luz que venía desde la Diosa Luna, envolvió a los dos jóvenes, que ascendieron por él para ir a su encuentro.

Los indígenas tienen un especial respeto al territorio de Galeras, muy pocos se atreven a llegar a ese lugar; los más arriesgados que se acercan logran escuchar feroces rugidos, que provienen de las entrańas de las Cordilleras.

Dicen los ancianos que cuando llegue el gran terremoto, todos los pumas que están encerrados saldrán de la enorme cueva, para vengarse de los hombres por su interminable cautiverio.

      LA HISTORIA DEL ARBOL DE SNAGRE DE DRAGO


Retrocediendo en el tiempo llegamos hasta una hermosa y apartada región de la amazonía, donde vive asentada una tranquila y prospera comunidad indígena, regida por un anciano y sabio curaca (jefe), que tenía una bellísima hija llamada Sány. Todo el mundo al verla le expresaba su admiración y carińo, pero a Sány no le importaba nada el sentimiento de las personas, y nunca se la veía feliz, porque Sány jamás se enternecía por nada, ni sentía amor por nadie, por eso la conocían en toda esa región, con el apelativo de “la que nunca llora”.

Cuando llegó el invierno a la comarca, llovió de forma tan intensa, que todos los esteros y los ríos se desbordaron; las casas, los cultivos, los animales, todos fueron arrasados, la gente sufría y lloraba mirando el desastre; solo Sány se mantenía indiferente, sin derramar una sola lágrima.

Aquellos indígenas buenos, transidos por el dolor que les producía la destrucción, que el fuerte temporal iba dejando a su paso, criticaban con amargura la fría actitud de Sány: Mírala, no le importa nada decían unos.- Ni siquiera le importa el llanto de los nińos decían otros.- Ella tiene la culpa de lo que nos está pasando, los dioses la están castigando por no tener sentimientos, decía la mayoría.

En eso la rucu huarmy (mujer anciana), la más sabia de las mujeres aseguró que solo el llanto de Sány podría acabar con el vendaval, la lluvia y la terrible situación por la que estaban pasando. Pero żcómo la haremos llorar? Dijeron unos. Yo creo que ni ante la muerte de su padre lloraría, dijo otro. Todos los ancianos estuvieron de acuerdo en que era necesario que Sány conociera el dolor, para que su alma al fin se conmoviera.

Un nublado día mientras la muchacha caminaba por el bosque en dirección a su tambo (casa), se le apareció una anciana y suplicante le dijo: Por favor ayúdame a recoger ramas secas, pues tengo que calentar la choza donde está mi nieto enfermo y tiritando de frío. Pero Sány apenas si la miró con indeferencia y siguió su camino como si nada. Casi al instante se le apareció una joven mujer con el nińo enfermo en los brazos y le dijo: Te lo suplico, ayúdame a encontrar las hiervas que necesito para curar a mi hijo, y aunque Sány sabía donde encontrar esas hiervas, no quiso ayudar a la joven y angustiada madre, y siguió su camino imperturbable, sin siquiera volver la vista atrás.

Pero solo alcanzó a dar unos cuantos pasos, porque enseguida se oyó la voz de la anciana que imploraba diciendo: Seńor, haz que esta mujer que no siente compasión por una abuela, ni por una madre sufriendo, jamás sea abuela ni madre; haz que esta mujer que tanto dańo nos ha causado por no llorar, desde hoy viva haciendo el bien a los demás con su llanto.

Sány al escuchar las palabras de la anciana se quedó paralizada de terror y sintió como su cuerpo empezaba a sufrir extrańas transformaciones; vio como sus pies se hundían en la tierra y les empezaban a crecer raíces; su cuerpo se comenzó a endurecer y a cubrirse de corteza como un tronco; sus cabellos crecieron y engrosándose se expandieron como las ramas de un árbol. Al finalizar la extrańa metamorfosis, Sány se había convertido en el árbol de Sangre de Drago.

Desde entonces la selva se pobló de esta nueva especie medicinal, el árbol de Sangre de Drago, al que hay que hacerle sentir dolor cortándole la corteza, para que llore por la herida y beneficie a las personas con sus lágrimas; lágrimas buenas para curar heridas, quemaduras, ulceras etc. De esta manera el alma de Sány atrapada en el árbol, ayuda a mitigar el dolor de los demás.











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